Lo amaba. No le importaba que jamás pudiera decírselo propiamente, pero lo amaba.
Nadie si no él lo calmaba cuando despertaba agitado de alguna pesadilla. En las últimas noches, había dormido al pie de su cama sin preocuparse por el frío que, sin duda, iba a tomar. Tener algo de fiebre no parecía importarle.
Continuamente, Mitsukini lo
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